Strona startowa Ludzie pragnÄ… czasami siÄ™ rozstawać, żeby móc tÄ™sknić, czekać i cieszyć siÄ™ z powrotem. JesteÅ› niezwykle inteligentnym czÅ‚owiekiem, ale…To, co powiedziaÅ‚eÅ›, jest bardzo mÄ…dre i interesujÄ…ce, ale… 3...W n i o s e k: est-ce que mo¿na u¿yæ tylko wówczas, gdy na koñcu nia jest znak zapytania...— I ja, proszÄ™ pana, i moja żona mamy takie same odczucia, ale, mówiÄ…c szczerze, byliÅ›my oboje bardzo przywiÄ…zani do sir Karola, a jego Å›mierć byÅ‚a dla nas...a hospital for the insane...accessibility "hooks" for developers, and also there are alsoworld-wide efforts to develop training and support to facilitateeffective use of the GUI by blind...for people to get together and practice their spoken Hebrew, perhaps read articles together (print them from the Israeli newspapers online - www...AgresjÄ™ niemieckÄ… na PolskÄ™ wuj skwitowaÅ‚ kwaÅ›no: - Można siÄ™ byÅ‚o tego spodziewać...Kapitan ‼Defendera" udawaÅ‚, że sytuacja, w jakiej siÄ™ znalazÅ‚, bawi go niezmiernie...skomle A:83;8B8, A:02C;VB8skomplikowa (si) CA:;04=8B8AO)skomplikowany A:;04=89skomunikowa 72'O70B8AOskoncentrowa (si) A:>=F5=B@C20B8AO)skonfiskowa :>=DVA:C20B8skontaktowa (si) 72'O70B8(AO)skonto n 7=86:025 Karla zatrzepotaÅ‚a powiekami i otworzyÅ‚a oczy...
 

Ludzie pragną czasami się rozstawać, żeby móc tęsknić, czekać i cieszyć się z powrotem.

Santa Sofía de la Piedad no pareció molestarse nunca por aquella condición subalterna. Al contrario, se tenía la impresión de que le gustaba andar por los rincones, sin una tregua, sin un quejido, manteniendo ordenada y
limpia la inmensa casa donde vivió desde la adolescencia, y que particularmente en los tiempos
de la compañía bananera parecía más un cuartel que un hogar. Pero cuando murió Úrsula, la
diligencia inhumana de Santa Sofía de la Piedad, su tremenda capacidad de trabajo, empezaron a
quebrantarse. No era solamente que estuviera vieja y agotada, sino que la casa se precipitó de la noche a la mañana en una crisis de senilidad. Un musgo tierno se trepó por las paredes. Cuando
ya no hubo un lugar pelado en los patios, la maleza rompió por debajo el cemento del corredor, lo resquebrajó como un cristal, y salieron por las grietas las mismas florecitas amarillas que casi un siglo antes había encontrado Úrsula en el vaso donde estaba la dentadura postiza de Melquíades.
Sin tiempo ni recursos para impedir los desafueros de la naturaleza, Santa Sofía de la Piedad se pasaba el día en los dormitorios, espantando los lagartos que volverían a meterse por la noche.
Una mañana vio que las hormigas coloradas abandonaron los cimientos socavados, atravesaron el
jardín, subieron por el pasamanos donde las begonias habían adquirido un color de tierra, y
entraron hasta el fondo de la casa. Trató primero de matarlas con una escoba, luego con
insecticida y por último con cal, pero al otro día estaban otra vez en el mismo lugar, pasando
siempre, tenaces e invencibles. Fernanda, escribiendo cartas a sus hijos, no se daba cuenta de la arremetida incontenible de la destrucción. Santa Sofía de la Piedad siguió luchando sola, peleando con la maleza para que no entrara en la cocina, arrancando de las paredes los borlones de
telaraña que se reproducían en pocas horas, raspando el comején. Pero cuando vio que también
el cuarto de Melquíades estaba telarañado y polvoriento, así lo barriera y sacudiera tres veces al día, y que a pesar de su furia limpiadora estaba amenazado por los escombros y el aire de
miseria que sólo el coronel Aureliano Buendía y el joven militar habían previsto, comprendió que estaba vencida. Entonces se puso el gastado traje dominical, unos viejos zapatos de Úrsula y un
par de medias de algodón que le había regalado Amaranta Úrsula, e hizo un atadito con las dos o
tres mudas que le quedaban.
-Me rindo -le dijo a Aureliano-. Esta es mucha casa para mis pobres huesos.
Aureliano le preguntó para dónde iba, y ella hizo un gesto de vaguedad, como si no tuviera la
menor idea de su destino. Trató de precisar, sin embargo, que iba a pasar sus últimos años con
una prima hermana que vivía en Riohacha. No era una explicación verosímil. Desde la muerte de
sus padres, no había tenido contacto con nadie en el pueblo, ni recibió cartas ni recados, ni se le oyó hablar de pariente alguno. Aureliano le dio catorce pescaditos de oro, porque ella estaba
dispuesta a irse con lo único que tenía: un peso y veinticinco centavos. Desde la ventana del
cuarto, él la vio atravesar el patio con su atadito de ropa, arrastrando los pies y arqueada por los años, y la vio meter la mano por un hueco del portón para poner la aldaba después de haber
salido. Jamás se volvió a saber de ella.
Cuando se enteró de la fuga, Fernanda despotricó un día entero, mientras revisaba baúles,
cómodas y armarios, cosa por cosa, para convencerse de que Santa Sofía de la Piedad no se

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Cien años de soledad
Gabriel García Márquez
había alzado con nada. Se quemó los dedos tratando de prender un fogón por primera vez en la
vida, y tuvo que pedirle a Aureliano el favor de enseñarle a preparar el café. Con el tiempo, fue él quien hizo los oficios de cocina. Al levantarse, Fernanda encontraba el desayuno servido, y sólo volvía a abandonar el dormitorio para coger la comida que Aureliano le dejaba tapada en
rescoldo, y que ella llevaba a la mesa para comérsela en manteles de lino y entre candelabros,
sentada en una cabecera solitaria al extremo de quince sillas vacías. Aun en esas circunstancias, Aureliano y Fernanda no compartieron la soledad, sino que siguieron viviendo cada uno en la
suya, haciendo la limpieza del cuarto respectivo, mientras la telaraña iba nevando los rosales,
tapizando las vigas, acolchonando las paredes. Fue por esa época que Fernanda tuvo la impresión
de que la casa se estaba llenando de duendes. Era como si los objetos, sobre todo los de uso
diario, hubieran desarrollado la facultad de cambiar de lugar por sus propios medios. A Fernanda se le iba el tiempo en buscar las tijeras que estaba segura de haber puesto en la cama y, después de revolverlo todo, las encontraba en una repisa de la cocina, donde creía no haber estado en
cuatro días. De pronto no había un tenedor en la gaveta de los cubiertos, y encontraba seis en el altar y tres en el lavadero. Aquella caminadera de las cosas era más desesperante cuando se
sentaba a escribir. El tintero que ponía a la derecha aparecía a la izquierda, la almohadilla del papel secante se le perdía, y la encontraba dos días después debajo de la almohada, y las
páginas escritas a José Arcadio se le confundían con las de Amaranta Úrsula, y siempre andaba
con la mortificación de haber metido las cartas en sobres cambiados, como en efecto le ocurrió
varias veces. En cierta ocasión perdió la pluma. Quince días después se la devolvió el cartero que la había encontrado en su bolsa, y andaba buscando al dueño de casa en casa. Al principio, ella
creyó que eran cosas de los médicos invisibles, como la desaparición de los pesarios, y hasta
empezó a escribirles una carta para suplicarles que la dejaran en paz, pero había tenido que
interrumpirla para hacer algo, y cuando volvió al cuarto no sólo no encontró la carta empezada,
sino que se olvidó del propósito de escribirla. Por un tiempo pensó que era Aureliano. Se dio a
vigilarlo, a poner objetos a su paso tratando de sorprenderlo en el momento en que los cambiara
de lugar, pero muy pronto se convenció de que Aureliano no abandonaba el cuarto de Melquíades
sino para ir a la cocina o al excusado, y que no era hombre de burlas. De modo que terminó por
creer que eran travesuras de duendes, y optó por asegurar cada cosa en el sitio donde tenía que
usarla. Amarró las tijeras con una larga pita en la cabecera de la cama. Amarró el plumero y la